Siempre vuelvo al mismo lugar; al mar a dejarme morir
Como decía Benedetti, no hablo de dejar la existencia, hablo de dejarse morir para aprender a valorar la vida
Nada me recuerda más mi existencia que el sonido primigenio de las olas
Esa danza primitiva del inmenso océano que me sumerge al final del arcoíris donde todos los sueños parecen ser posibles
Foto de @platoux
Tengo la suerte de haber nacido en un pináculo elevado sobre el Atlántico, con salitre adherida a mis venas y el sonido de las gaviotas como banda sonora de mis rutinas
Nunca había sido tan consciente del lugar al cual pertenezco, como los últimos ocho años, que pasé temporadas largas en un país del centro de Europa
Al volver, lo primero que percibían mis sentidos era la brisa del mar, su olor, un aire liviano, salado
Y sin saber porqué todo en mi interior cobraba de nuevo sentido
Ahora la neurociencia ha demostrado que lo que podría parecer un sesgo perceptivo es una percepción objetiva (tienes información interesante en BLUEHEALTH)
EL SONIDO DEL MAR PRODUCE CAMBIOS POSITIVOS EN NUESTRO CEREBRO
Activa la corteza prefrontal por lo que mejora memoria y actividades cognitivas superiores (lenguaje, pensamiento, inteligencia)
Regula los niveles de serotonina, neurotransmisor de la felicidad responsable del bienestar interior
Baja los niveles de cortisol, la hormona del estrés
Da sensación de protección y serenidad. Su sonido armónico recuerda a algunos sonidos del vientre materno
Las olas producen iones negativos, cargas microscópicas de electricidad que mejoran el estado de ánimo
Junto con el de la lluvia, se considera ruido blanco, beneficioso para combatir el insomnio
Y aún teniendo el bullicio acelerado de la ciudad a tus espaldas, amortigua su sonido y las emociones
Al menos las mías, porque yo pertenezco aquí, al mar