EL PODER DEL SILENCIO

 

Hace tiempo decidí que el silencio iba a ser el patio de mi recreo en medio del caos de la infoxicación, donde lo esencial se oculta y lo urgente nos arrastra.

Quizá este cambio de paradigma, este cambio de era, va de eso: de no estar presentes, de olvidar lo simple y lo profundo, de dejar que los algoritmos de la inteligencia artificial sean nuestra voz, nuestro consejero y hasta la savia que corre por nuestras venas.

Menos humanos, más digitalizados.

Por eso urge regresar a la presencia plena, volver a habitar cada instante desplegando los cinco sentidos, sintiendo la levedad del ser: nuestra humanidad. Un acto de amor a la vida que nos vive… mejor dicho, a la vida que vivimos.

Y al silencio que cura.

Un lugar sagrado donde acallar la mente y equilibrar emociones, apagando el ruido que nos rodea. Solo presencia en la esencia. Una desconexión que nos conecta con nuestra creatividad, intuición y serenidad.

Son gestos sencillos:

  • Respirar de forma consciente antes de comenzar el día y al terminarlo, dejando el móvil a un lado.

  • Hacer una sola cosa a la vez, con atención y gratitud, sin distracciones

  • Observar sin intervenir, solo con una mirada profunda: un atardecer, el mar, el otro...

  • Alejarte del mundo para recordar que formas parte de él en su forma más pura y superlativa.



El silencio que reconforta y nos recuerda quiénes somos