UN VERANO INVENCIBLE: LA ESPERANZA INTERIOR DE ALBERT CAMUS
Estoy segura de que, si has llegado
a este post, eres de esas personas que se resisten a dejar de lado el placer de
leer historias ajenas; de sentir el tacto de un libro en las manos, inmerso o
inmersa en universos desconocidos, en las palabras creadas y recreadas por otras mentes, por otros corazones.
Hoy, acurrucada junto a un té
matcha, releía El verano (El regreso a Tipasa), de Albert Camus. Pura filosofía
existencialista transformada en poesía.
De conservar, incluso en el dolor, una “fuente de alegría” que nos
impida convertirnos en lo mismo que combatimos.
Porque, para Camus, amar y
admirar eran las dos formas de mantener viva esa fuente.
Amar sin poseer. Admirar sin
idealizar.
Sus palabras nos recuerdan que la
vida puede doler, que la injusticia vaga en un mundo a ratos absurdo, pero que
mientras podamos amar y guardar un verano en el corazón, no todo está
perdido.
Texto de Camus
A mediodía, sobre las laderas medio
arenosas y cubiertas por heliotropos como por una espuma que hubieran dejado al
retirarse las olas furiosas de los últimos días, miraba el mar, que a esa hora
se agitaba apenas con un movimiento fatigado, y calmaba esa doble sed que no se
puede engañar mucho tiempo sin que el ser se seque, quiero decir amar y
admirar.
En no ser amado sólo hay mala suerte: en no amar hay desgracia.
Hoy en día todos morimos de esa desgracia. Porque la sangre, los odios,
descarnan el corazón; la prolongada reivindicación de la justicia agota el amor
que, sin embargo, la hizo nacer…
Ese último recurso era también el nuestro, y ahora yo lo sabía.
En mitad del invierno aprendía por fin que había en mí un verano invencible.
